[Y sin embargo puedo decir]

Agneta Ekholm
III
Y sin embargo puedo decir
la palabra lechuza o la palabra zafra o la palabra cielo
o la palabra esperanza,
y así, al levantar los ojos, veo esos árboles
que besa sobre el camino un sol de tarde.
Es un fuego muy dulce, sus brazos claros
transmutaban el follaje en luz,
y aquí está la pradera, allá las cimas,
y sus manos se juntan, sus cuerpos se buscan
con esta evidencia, silenciosa,
que habría de llamarse belleza.
Miro esos árboles una hora entera,
allí está lo visible, apenas, porque
la visibilidad se hace oro pulido
mientras que sin embargo alrededor la noche cae.
Escucho una palabra, busco ver lo que designa,
y me parece, irreprimiblemente,
que esto se vuelve a colorear, que los ojos
se reabren, sorprendidos,
en el sueño de piedra de la mente.
Las palabras portan más que nosotros,
saben más que nosotros, buscan
al borde de un agua del fondo de nuestro sueño,
negra y rápida, rehusada, 
el vado de una luz?, y ella
¿tiene sentido, en una vía distinta,
desde luego, a la esperanza de ayer todavía?
Escucho una palabra, otra se aproxima,
este dormilón y esta dormilona se despiertan
en un poco de sol, sus manos se tocan,
¿Es tan sólo deseo,
el mismo sueño de cambiar de rostro?
¿El relámpago que aquí perfora en vano el cielo?
(235-236)
Yves Bonnefoy de L’Heure présente (2014)
Traducción de Víctor Bermúdez.
Original aquí.

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