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Agneta Ekholm |
Mira, teólogo,
¿no crees que Dios
se ha cansado serlo?
Imaginas
que él, que es infinito, no pueda acabar
consigo
pero sabes que ningún sacrificio, en sus altares,
ni incluso el sacrificio de su hijo,
enciende todavía su deseo.
Se gira
hacia la que dormía a su lado,
el alma del mundo,
él tocará su brazo, su cadera desnuda,
no la despertará.
Descenderá él
a sus jardines, de terraza en terraza,
deteniéndose, a veces,
como esas bestias
que se paralizan de golpe
por un ruido, una sombra,
no escuchará
el ruido del cielo. Ni tampoco
el grito de desaliento. Ni siquiera
el aullido de la bestia sacrificada,
ni acaso
las notas vacilantes de la flauta
de un pastor bajo la última haya retrasado.
Se evaporaron
el buey y el asno
y ese cordero que es apenas asombro.
Las constelaciones, nos decían,
habrían relumbrado en esta paja.