Heather Dohollau nació en Treherbert (Gales) en 1925, y falleció en Saint Brieuc, al noroeste de Francia, en 2013. Ser una poeta británica de expresión francesa es tan sólo una de las múltiples paradojas que encerraba la vida de Heather Dohollau. En su voz elegante subyace la mirada paciente y sosegada que apacigua la euforia y sin embargo la incita. Una mudanza de espacio trajo en la vida de Heather otra de lengua, habitante de islas y rincones, madre de siete hijos y vital reivindicadora de su libertad, nacional y privada, su obra deambula entre lo real y lo irreal, una zona que sólo atraviesa el lenguaje como espíritu.
A Heather Dohollau le interesa la verticalidad, la perspectiva, la distancia: todos los elementos que estructuran el paisaje. La forma, el volumen, lo que no está, lo que desaparece salvo por un atisbo de la vista. Los poemas de Dohollau están imbuidos de un sentido del asombro y de una serenidad que se expresa en imágenes inusitadas, inquietantes, delicadas y oraculares. Una presencia extraña, mística, y otra familiar, vibra en sus versos. Escrita desde lo intangible, a su poesía le interesa la desaparición: no lo desaparecido, sino el momento de transición en el que se pierde de vista lo que está. Y del choque de ese sitio de luz confrontada consigo misma se desprende una forma tangible de transparencia.
La trashumancia es uno de los rasgos determinantes de la biografía de Lorand Gaspar. Nació en Transilvania —actual Rumanía— en 1925 y adoptó el francés como su lengua de comunicación literaria. Homo viator, como es, Lorand Gaspar se forma en la ruta como escritor errante: inicia estudios en Budapest para posteriormente refugiarse en París durante la Segunda Guerra Mundial, donde se forja como médico y desde donde parte —ya como ciudadano francés— a Jerusalén, y quince años más tarde a Túnez. Funda y dirige en los años setenta la revista Alif, junto a Jacqueline Daoud y Salah Garmadi, sobre literatura árabe y francesa. En su faceta como traductor, Gaspar exploró las escrituras de autores como D.H. Lawrence, Rainer Maria Rilke, Georges Séféris y Janos Pilinszky, entre otros.
Un código de austeridad atraviesa las moléculas de la poesía gaspariana bajo los signos del desierto, el mar, la luz y el cuerpo. Se trata de una escritura del hombre en el espacio, una geopoética, en la que lo literario y lo científico se erigen como dos formas de acceso al conocimiento dotando a la metáfora de un potente contenido epistemológico y emocional. Y es que la noción de aprendizaje es telón de toda su obra: el pensamiento de Gaspar se construye en la intersección entre lo científico y lo poético, donde acontece lo corporal, lo fenomenológico. Se trata de un escritor forjado en la pluralidad de lenguajes, en la comprensión de los procesos neurológicos, en la traducción, la fotografía, la curiosidad y la paciencia. Así se revelan las costuras de una escritura humanista de la mano de un genuino aprendiz de la luz.
Bonnefoy encarna una de las modalidades contemporáneas del poeta total. Pensador, crítico, agitador cultural, las ocupaciones metafóricas de Yves Bonnefoy atraviesan la imagen desde todos sus ángulos. Tras un acercamiento juvenil al surrealismo, funda posteriormente la revista La Révolution la Nuit (1946). Destaca su noción de «la presencia del mundo», el aquí y el ahora, la precariedad de lo inmediato y de su desaparición: la apariencia efímera. Es quizás en torno al ícono, el percepto visual, donde Yves Bonnefoy ha tejido la espiral de su escritura, logrando abstraer las entidades percibidas a través de la reflexión del concepto. Concepto y percepto tensan la trinchera de la poesía de Yves Bonnefoy.
Fuertemente intelectual y delicado, este filósofo del verso con indicios de matemático, ha traducido a Shakespeare, a W. B. Yeats, Petratca, Leopardi y Georges Seferi. Yves Bonnefoy es doctor honoris causa por diversas universidades entre las que se cuentan Neuchâtel, Chicago, el Trinity College de Dublin, la Universidad de Edimburgo y la de Oxford. Ha sido profesor en el College de France, y entre los múltiples premios que su obra cuenta están el Gran premio de poesía de la Academia Francesa, el Premio Goncourt de poesía o el Premio de la Bibliothéque Nationale de France. Ha sido enérgicamente traducido, por lo que mi acercamiento a su obra es limitado pero atento.
Los portadores de fuego es el título de una de las obras ensayísticas de Salah Stétié que consolidan la visión del trabajo poético con el contacto del cuerpo con la luz y el calor. En la llama la palabra, calurosa como el desierto iluminado, que este poeta diplomático conoce tan bien. Hombre de combustión, Stétié se desplaza lo mismo como poeta, como diplomático o como pensador de las ideas que rigen la identidad y el misticismo del mundo árabe y del occidental. Es quizá a la delicadeza del tratamiento de la materia a lo que Stétié nos somete. Y no sólo al calor y a la luminosidad, sino a los puntos intermedios de los sentidos. Se expande en las telas de su poesía la transparencia.
Stéphane Barbery, 2011
Stétié es sin duda una figura de conciliación entre varios mundos: un puente. Entre las distinciones que rodean su obra y su figura está el premio Max-Jacob y el de la Academia de la Lengua Francesa; es doctor honoris causa por las universidades de Beirut, Burdeos (Michel de Montaigne) y Cergy-Pointoise.
Desde la aparición de Peinture aveugle (1978) Robert Melançon emergió en el contexto de una poesía quebequense en plena ebullición. Su acercamiento a los márgenes de calma del espacio urbano, pero sobre todo su atención delicada por la observación fueron nutridas por su destacado conocimiento de la pintura y las artes plásticas. Para este poeta, traductor y profesor de la Universidad de Montreal el ojo es un órgano central. Quizás la aparición sea el término de uno de los aspectos cruciales del ejercicio poético de Melançon. En ese suceso, la luz baña el volumen y la forma propiciando el lento y delicado surgimiento del mundo, inmerso en el color.
Ahora retirado en algún jardín a las afueras de Montreal, Melançon recibió el Premio del Gobernador General dos veces: tanto por poeta como por traductor (junto a Charlotte Melançon).
Una enérgica labor de traducción ha caracterizado el quehacer literario de Jaccottet. Goethe, Hölderlin, Leopardi, Rilke, Thomas Mann, Giuseppe Ungaretti, con este último lo unió una profunda amistad. Con todo, se diría que la suya es una voz discreta, alejada en cierta medida del mundo literario. Jaccottet necesita el espacio. El Gran premio Nacional de poesía, el Premio nacional de Traducción o el Premio Goncourt de poesía son sólo algunos de los reconocimientos a su obra.
El paisaje multiplica sus dimensiones en los versos de Philippe Jaccottet. Su mirada interroga la realidad hasta el punto de desestabilizarla. Y en ese desajuste habita el hombre que la nombra: A veces mirada y mundo se difuminan. Jaccottet talla en las apariencias una forma de armonía que a veces lo conecta con corrientes orientalistas. La tensión entre lo visible y lo oculto articula los paisajes de plenitud y de segmentación que tanto le interesan. Hay en su escritura un ímpetu por el misterio delicado, lo invisible se yuxtapone a lo visible y a todo parece regirlo una forma de ética del humano-en-el-mundo. Poesía-energía, se diría, donde se extrae la obscuridad de la luz y se inyecta en la palabra.
Paul-Marie Lapointe ocupó un espacio epicéntrico en la poesía quebequense de la época tanto como en la vida política de una sociedad necesitada de redefiniciones y levantamientos simbólicos: construir la memoria literaria a partir del territorio y del lenguaje fue quizás una de sus funciones. Profundamente vinculado a la que se convertiría en la editorial nuclear de la poesía quebequense (L’Hexagone), Paul-Marie Lapointe supo hacer emerger con fuerza una escritura arraigada al suelo y a los árboles.
Miembro fundador de la revista Liberté en 1959, entre las distinciones a su obra están el Prix Gilles-Corbeil 1999, el Prix Léopold Sedar Senghor, el Prix littéraire de La Presse o el Prix de l’International Poetry Forum. Es además Doctor Honoris Causa por la Universidad de Montréal (2001). Lapointe pone la luz contra las cuerdas. En un incesante esfuerzo por encontrar respuestas en el paisaje, desteje la nieve, el cielo y la montaña para encontrarse adentro, palpitando.